A hoy, domingo, son exactamente 115 meses. Esos casi 3.500 días son los que transcurrieron entre aquel 24 de julio de 2003 y este 24 de febrero de 2013. Aquel jueves de hace casi una década, Néstor Kirchner, fiel a sus efusiones corporales, le palmeó el muslo derecho a George Bush. El episodio tuvo como escenario el Salón Oval, al que Kirchner accedió por primera y única vez. Su sucesora y cónyuge, Cristina, jamás accedió a ese sitio. Hacía apenas dos meses que el santacruceño había asumido la presidencia y en la Casa Blanca no sólo no se hicieron desear, sino que se apresuraron a invitarlo, recibirlo y manifestarle apoyo y simpatía. Ese Bush que lo recibía de tan buen talante acababa de iniciar la Guerra de Irak; fue en marzo de 2003 que empezó la invasión norteamericana.
Kirchner no lo podía ignorar, pero de todos modos fue y expresó su entusiasmo por Bush. El norteamericano felicitó a Kirchner por la recuperación económica. Se refería a lo que la Argentina había conseguido desde comienzos de 2002, con Roberto Lavagna al frente de la economía. “Siga así”, aconsejó Bush al argentino, antes de sugerirle que negociara un rápido acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). “Bush nos dio apoyo irrestricto y sin condicionamientos”, aseguró Kirchner, según las crónicas de ese día desde Washington. Cuando llegó el momento de la foto, el santacruceño apoyó su mano sobre el muslo del texano, con calidez. Bush le aseguró a Kirchner que su primera visita oficial a los Estados Unidos sería un éxito. No bien el argentino entró al despacho político más importante del mundo, Bush lo tomó de un brazo, y caminando hasta una pared en la que se destaca un retrato del presidente Abraham Lincoln, le confió: “Siga así. Si ustedes se ayudan, van a tener un respaldo decidido de nuestro gobierno”.
Los norteamericanos hicieron los deberes. La plana mayor del gobierno republicano tomó parte de la cálida acogida a Kirchner, incluyendo el jefe del Tesoro, John Snow; el secretario de Estado, Colin Powell; la encargada de Seguridad Interior, Condoleezza Rice, y el secretario de Comercio, Robert Zoellick.
Cuando salió de sus treinta minutos con Bush, Kirchner estaba extasiado: “Fue una reunión excelente. Tuvimos una conversación muy franca con el presidente. Y nos dio un apoyo irrestricto, sin condicionamientos”. Los medios argentinos, que en ese momento eran todos hegemónicos, recogieron el entusiasmo del patagónico tras el espaldarazo del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, que en ese momento se desplegaban in full force en el Medio Oriente y Afganistán.
Los argentinos que estaban junto a Kirchner ese día pudieron enterarse por boca del presidente lo que le dijo el estadounidense: “Negocie duramente con el FMI. Pelee hasta la última moneda”. Kirchner había soltado su diatriba habitual, culpando de los males argentinos a los organismos multilaterales. Bush lo halagó: “La economía de su país es muy importante. Vamos a ayudar en todo lo que podamos las negociaciones que ustedes y el Fondo Monetario sean capaces de lograr”. Esas palabras las oficializó la versión del Departamento de Estado.
Como el pedido de Kirchner había sido claro, la respuesta norteamericana fue muy favorable. Kirchner pidió “comprensión internacional” para que la renegociación de la deuda no ahogara el recuperado crecimiento económico. No son interpretaciones. Kirchner blanqueó: “El apoyo del presidente Bush va mucho más allá del acuerdo con el Fondo”, dándolo ya como consumado. Eso sería, confesó Kirchner, el punto de partida de un camino “para tener relaciones excelentes y sinceras”.
Fue notable el entusiasmo de Bush. Felicitó a Kirchner por la recuperación vislumbrada en la economía argentina y en tres ocasiones remarcó que le gustaba el estilo del argentino. Curiosa empatía texana-santacruceña: “Somos muy parecidos. Usted y yo hicimos cosas que el establishment nunca se hubiese imaginado que haríamos”, le dijo Bush. Quien había sido embajador de Washington en los años de Menem, James Walsh, comparó ese día a ambos presidentes. En su perfecto castellano de tonada cordobesa, Walsh dijo: “Los dos son hombres del interior, tienen un estilo muy similar, sincero, franco. Ha sido una reunión muy pero muy exitosa”.
Para Bush, los logros del gobierno de Kirchner en sus apenas sesenta días de vida eran “la lucha contra la corrupción, la decisión por mejorar la Justicia y el trabajo decidido para controlar el terrorismo y el lavado de dinero”. El argentino devolvió gentilezas y dijo lo que Bush quería escuchar: expresó la firme decisión de la Argentina de apoyar la lucha contra el terrorismo internacional, tema clave para la Casa Blanca, considerando que todavía no se habían cumplido dos años del sangriento ataque del 11 de septiembre de 2001. Cristina, Lavagna, el canciller Rafael Bielsa y el nuevo embajador José Octavio Bordón fueron la escolta y el grupo de referencia de la cumbre Kirchner-Bush.
Broche de oro de ese día, al condecorar a Walsh, Kirchner confesó: “Encontramos en Bush una mano tendida muy fuerte, algo vital y significativo para nuestro país” y “sin condicionamientos”. ¿Mano tendida? Bush le fue sincero a Kirchner al hablar de corrupción y el argentino se deshizo en cordialidades para el número uno de la superpotencia capitalista. “Las empresas norteamericanas se quedaron afuera del proceso de privatizaciones argentinas por la terrible corrupción del Estado argentino. Es hora de garantizar reglas claras para todos”, prometió el argentino.
Esto fue en 2003. No pasó mucho tiempo para que Kirchner diera vuelta el guante. En la 4ª Cumbre de las Américas en Mar del Plata, noviembre de 2005, patrocinó una “anti” cumbre con Hugo Chávez, Hebe de Bonafini, Luis D’Elía y Maradona, mientras bandas desatadas, sin control alguno, vandalizaron a su antojo varias cuadras de la ciudad, en protesta por la llegada de Bush a la Argentina. La Casa Rosada hizo todo lo posible para hacer miserable la estadía del presidente norteamericano, el mismo al que dos años antes Kirchner le daba palmaditas en el muslo.
Así son, así fueron y así serán los Kirchner. Ninguna afirmación los compromete, ninguna acción los condiciona. Ese ingreso del ahora difunto ex presidente en el Salón Oval en 2003 es inimaginable hoy, con la Argentina evidentemente dispuesta a enrolarse en un bloque geopolítico en el cual hostigar a los Estados Unidos es condición imprescindible para dar la prueba de amor a los populismos demagógicos realmente existentes. Lo trascendente es la inmensa y peligrosa frivolidad que caracteriza estas promiscuidades: enamorados de Bush en 2003 y arrastrándole el ala a Chávez y a Irán en 2013, revelan la misma e inescrupulosa matriz de poder.
FUENTE: PERFIL
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