Cuando me llamó Cristina por teléfono, el martes, me asusté. Todavía no había completado un informe que me encargó y temía que me lo pidiera. Pero, por suerte, era para otra cosa. Ya tenía listo su discurso del miércoles y quería saber qué opinaba yo. "Magistral", le dije después de haber oído los principales conceptos: el aumento para los jubilados y el apriete para que nadie se vaya de mambo con la suba de salarios, que podría complicarnos más un año que ya viene difícil.
La verdad es que dije magistral como un acto reflejo: sé que es lo que ella estaba esperando. Odia que la contradigan o que no la aplaudan. En el fondo, lo de los jubilados no era una gran novedad porque es uno de los dos aumentos que estamos obligados a dar todos los años por disposición de la Corte Suprema. Me permití sugerirle que no dijera lo de la Corte, especulando con que muchos no deben acordarse o ni siquiera lo saben. "Carlos -me dijo, con el tono del que le habla a un Carlitos-, no soy nueva en esto."
El tema de los salarios no lo toqué porque no lo entiendo: todos estos años necesitábamos que la gente tuviera mucha guita en los bolsillos y la gastara, y resulta que ahora eso es malo. Tampoco entiendo a un gobierno peronista y progre que no quiere que ganemos más y que se enoja con los sindicatos que defienden la plata de sus trabajadores. Por supuesto, el problema soy yo, que nunca entiendo nada.
Aproveché para preguntarle a la señora cómo se sentía en esta etapa posoperatoria y me contestó que "muy bien, pero cansada". Contó que llevaba días y días estudiando el discurso. Que en Santa Cruz se había dedicado sólo a eso. "Este va a ser un mensaje económico y ya sabés que la economía no se me da fácil", dijo, en una frase que quizá le robó a Boudou. Para peor, le habían pasado un aquelarre de datos y cifras y la pobre se había mareado. Eso se notó después un poco durante la cadena nacional, cuando la vimos enredarse con los papeles y los números. Pero tiene tanto estilo y tanta gracia que hasta los dislates le quedan bien. Por ejemplo, cuando dijo que en estos años nunca había habido pautas salariales, y que los aumentos conseguidos en las paritarias habían sido superiores? a las pautas. Yo la escucho y me maravillo. Una persona con esa presencia de acero inoxidable merece nuestro respeto y admiración.
Por suerte, del informe que me había pedido no me preguntó nada. El trabajo no era sencillo: cuando retomó sus funciones quiso saber qué había pasado dentro del Gobierno durante su licencia. "Quiero una radiografía completa de las internas", me ordenó. Ya se sabe que en nuestras filas la política de alianzas y enemigos es una expresión de las altas políticas de Estado.
Como dije, no fue fácil. Después de recorrer pasillos y despachos, de hablar con medio mundo, me senté con un lápiz y un papel y bosquejé un mapa de ese infiernillo. Me dio más o menos así. El tipo con más consenso es Moreno: lo odian todos. Especialmente De Vido, al que se le ha metido en el rancho y además no lo deja entrar.
De Vido no puede creer lo que le está pasando. Para no quedar fuera de juego, públicamente se muestra enojado con empresarios y sindicalistas, y por supuesto con los medios, y en privado los manda a todos ellos a enfrentar a Moreno. Y les da merca pesada para que lo hagan: si algo no le falta a don Julio es buena información. Moreno, imbatible, se pasea orondo como el verdadero jefe de Gabinete, el que lleva adelante toda la política económica, financiera y energética del Gobierno. Es el estratego y el policía, y sus malos modales empiezan por casa.
Boudou también lo detesta, pero no se le anima y prefiere pelearse con Randazzo, al que por estas horas le hace pito catalán por habérsele adelantado en la jugada de anudar el "automovilismo para todos" (para todos, menos para el Grupo Clarín).
Zannini lo tiene cortito a Boudou, que a su vez le encantaría tenerla cortita a Mercedes Marcó del Pont y no puede. En cambio, Boudou se lleva muy bien con Mariotto, que se lleva horrible con Scioli, que está a las patadas con la Garré. Más o menos como los 125 patólogos de la Presidenta.
Giorgi no lo puede digerir a Moreno, que si le preguntan por ella responde: "Giorgi, Giorgi, me suena...". Tampoco Echegaray puede convivir con Moreno y están en una guerra cada vez menos encubierta. La otra guerra de Echegaray es con Sbattella, el de la UIF. ¿Y Lorenzino? [N. de la R.: Hernán, ministro de Economía, 39 años, oriundo de La Plata, buen muchacho.] Me costó ubicarlo en el mapa. Creo que él tampoco se encuentra.
¿Habla todo este panorama de un gabinete enfrentado, de fuertes divisiones internas, de fractura en el más alto nivel del Gobierno, de luchas intestinas? ¡Nada de eso, señores! Hay dos coincidencias fundamentales: todos están contra Moyano y todos aman a Cristina. Pensándolo bien, me parece que la voy a llamar a la señora y le voy a decir que el informe está completo: me he encontrado con un equipo cohesionado y listo para seguir en combate.
Qué lástima, me dicen que no podré hablar con ella. Que durante unos días estará totalmente encerrada preparando algo clave, fundamental: su próximo discurso.
FUENTE: LA NACIÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario