El éxito es un arma de doble filo que, a pesar de sus riesgos, todos queremos obtener. Hay muchas maneras de ver, considerar y vivir un éxito. Hay éxitos que implican ascenso social, riquezas materiales, figuración, poder y aplauso general. Hay otros que son internos, sin ruido, de profunda significación emocional, éxitos que nos brindan la posibilidad de vencer miedos, de superar obstáculos, de luchar por ideales y lograr imponerlos sin esperar recompensas materiales, sin ambicionar otra cosa que no sea la satisfacción del deber cumplido. También hay éxitos cotidianos, pequeños sólo aparentemente, que consisten en terminar cada jornada con la seguridad de que no hemos perjudicado a nadie, que tenemos salud y que nuestros seres más amados respiran a nuestro lado esperando un nuevo amanecer.
Estos logros se diferencian tajantemente. Unos son los peligrosos éxitos del afuera y otros los entrañables éxitos interiores. Los primeros dan muchas satisfacciones y son necesarios, ya que a grandes esfuerzos corresponden grandes resultados. Todos los deseamos, es humano y lógico. El problema es supeditar nuestra vida a ese único aspecto, es alcanzarlos a cualquier precio pisando cabezas, arrasando voluntades y encerrándonos en vanidades insoportables y egocentrismos patéticos. Creer que somos la única opinión posible, la única idea válida y la única manera de vivir, considerándonos, montados en el caballo de nuestro poder, los dueños de la verdad y los poseedores de la piedra filosofal. Esa manera de disfrutar el éxito nos llevará casi fatalmente a la caída, que será más dura cuanto más alto haya sido el lugar ocupado.
El otro gran peligro, o mejor dicho, la otra cara del mismo peligro, son los aduladores, esas alimañas humanas que, cual cuervos buscando cadáveres, huelen el dulce aroma del éxito y se abalanzan sobre el triunfador diciéndole a todo que sí.
Si estás más gordo, dirán lo bien que te sienta; si estás más flaco, te compararán con el dios Apolo; si se te cae el pelo, exclamarán ¡estás a la moda!; si tenés melena hippie hasta la cintura, dirán ¡que linda tu moda retro!, ¡te felicito por ser fiel a tu época y no caer en las trampas de la moda!; si tenés un ataque de nervios e insultás a tus subordinados o a tus pares, serás objeto de admiración y te dirán ¡muy bien hecho!, ¡hay que hacerse respetar!, ¡mano dura, de lo contrario te fuman en pipa!; si dejás pasar errores mirando para otro lado por conveniencia, justificarán tu desidia con frases como ¡qué comprensión!, ¡qué tolerante es!, ¡es incapaz de matar una mosca!, ¡nunca he conocido un alma más piadosa que la suya! Se pondrán de alfombra y querrán estar cual figuretis en todas tus fotos, dirán a voz en cuello que te conocen desde que eras un niño y que siempre adivinaron en vos los genes del triunfador nato.
Los artistas de todo tipo y los deportistas pueden caer en la tentación de creerse todas las alabanzas del coro de fantoches, pero en última instancia, cuando llegan la decadencia, el fracaso y la caída, sólo la sufrirán los ex ídolos y su grupo familiar. Cuando la adulación desmedida les toca a los gobernantes o a los opositores carismáticos la cosa puede tener consecuencias trágicas para millones de ciudadanos. Sostener lo que cada uno cree justo y necesario es un derecho inalienable de todo ser humano. Y la posibilidad de poder expresar libremente esos apoyos, también lo es. Pero lo desaconsejable es fanatizarse, no reflexionar y pretender imponer por la fuerza esas convicciones a los otros que también tienen derecho de hacerlo. Allí, en los momentos difíciles del fracaso y la decadencia, se ven los verdaderos sostenedores y partidarios, los sinceros y fieles y también se descubren por su huida rauda y veloz los chupamedias, los interesados, los mediocres y los fallutos. Por eso el hombre sabio no se cree todo lo bueno que le dicen ni todo lo malo que le endilgan, sigue su camino sabiendo que en el sube y baja de la vida las cosas cambian, mutan y evolucionan. Sólo hay que hacer oídos sordos a la peligrosa fascinación del éxito.
* El autor es actor y escritor
FUENTE: LA NACIÓN
No hay comentarios:
Publicar un comentario