En los últimos tiempos se viene dando un debate sobre un posible rebote en la actividad económica, que hoy atraviesa una situación de estancamiento, por ser benignos en el diagnóstico. Seguramente, la situación de la construcción o de la actividad inmobiliaria no es la misma que la de la industria textil, por citar algunos ejemplos, pero lo que sí podríamos afirmar es que lejos estamos de ese rebote que algunos colegas pronosticaban para el segundo semestre de este año y que ahora han trasladado a la primera mitad de 2013.
Dada la escasa confiabilidad de los indicadores de actividad del Indec, podemos usar algún dato indirecto para vislumbrar qué está pasando con el nivel de actividad económica. Si miramos la recaudación tributaria de los primeros once meses de este año, el aumento fue del 25,7% versus el mismo período del año anterior. Siendo optimistas, empata la inflación real. Pero si uno analiza dos impuestos que suelen reflejar el nivel de actividad interna, como son el IVA DGI y el impuesto al cheque, se encuentra con un escenario diferente.
Veamos primero el impuesto al cheque. En los primeros once meses de este año creció el 20,8% en forma interanual, claramente por debajo de la tasa de inflación real. Vamos ahora al IVA DGI, el que marca el nivel de actividad interna. En los primeros once meses de este año creció el 32,7% con relación al mismo período del año anterior. En principio, por encima de la tasa de inflación, lo cual indicaría que no hay recesión. Pero el truco está en que la AFIP está pagando menos devoluciones y reintegros de IVA por exportaciones. Si uno corrige los números de IVA DGI según las devoluciones similares al año pasado y las ajusta por inflación, el aumento del IVA DGI está en el orden del 28 por ciento. Le pega en el poste a la inflación. Estos dos datos nos indican que el nivel de actividad está por lo menos languideciendo y, tal vez, haya más economía en negro ante la fortísima carga tributaria que aplica el Gobierno sobre los sectores que trabajan en blanco.
Otro dato que muestra el problema de actividad es el déficit fiscal. Quitando la contabilidad creativa, mis cuentas dan que el tesoro lleva acumulados unos $ 44.000 millones hasta octubre. Sólo con ver cómo se dispararon los adelantos transitorios del Banco Central al Tesoro (pura emisión monetaria para financiar el rojo fiscal) vemos que la recaudación no alcanza para financiar el populismo imperante. Al 30 de noviembre de este año, el stock de adelantos transitorios sumó $ 103.280 millones. Casi el doble de un año atrás, impulsando el proceso inflacionario.
La pregunta es: ¿por qué el fallido pronóstico de reactivación del segundo semestre de este año puede ocurrir en el primer semestre del año que viene? ¿Qué factores moverán la demanda el próximo año con un Estado comprometido fiscalmente?
Las exportaciones siguen cayendo a pesar de los buenos precios que rigieron para la soja durante buena parte del año. Todavía no sabemos qué ocurrirá con los rindes, dado que las lluvias están retrasando la siembra. Además, si el modelo sólo depende de una buena cosecha de soja con altos precios internacionales, más que un modelo es una lotería que depende de la lluvia y del contexto externo para los precios de exportación. Un modelo que se jacta de sustituir importaciones e industrializar al país no puede estar nuevamente rezándole a la santa soja que lo salve de la recesión.
La otra apuesta es Brasil. Que se reactive con fuerza para que demande productos argentinos. Nuevamente, no sería virtud del modelo, sino de la suerte de lo que ocurra en otro país, y eso está por verse.
Además, si bien el Gobierno viene acelerando la tasa de devaluación, el tipo de cambio oficial sigue corriendo detrás de la inflación, y el retraso acumulado ya es lo suficientemente importante como para que muchos sectores vean inviable el mercado externo.
Por el lado de la inversión, hay que olvidarse; nadie va a invertir un dólar en un país en el que los derechos de propiedad están condicionados a los caprichos del Gobierno y a las arbitrariedades de un funcionario de rango menor.
Por otro lado, ¿de dónde saldrá el ahorro, ingreso no consumido, que financiará las supuestas inversiones? La gente no vuelca sus ahorros al mercado de capitales, por lo menos en cantidad suficiente como para sostener un proceso de inversiones de largo plazo. Dicho en otras palabras, con estas reglas de juego, tanto la demanda como la oferta de ahorro para inversión serán mínimas, y el Estado está en serios problemas fiscales como para financiar obras públicas.
Lo único que estaría quedando es el consumo interno. Y aquí se abre un gran interrogante. ¿Pueden las empresas soportar incrementos de salarios superiores a la tasa de inflación como ocurría en los años anteriores, con menos unidades vendidas y costos crecientes por inflación? ¿Pueden aumentar los salarios cuando la demanda laboral está un 20% por debajo de abril de 2002, que fue el peor mes del peor momento de la crisis 2001/2002?
No soy vidente, sólo economista; por lo tanto, la lógica me indica que la supuesta reactivación del primer semestre de 2013 todavía tiene un gran signo de interrogación.
fuente: La Nación
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