Yo estaba encandilado por las luces del
patio. Me puse la mano izquierda a modo de visera y miré hacia arriba a la
izquierda, al contrafrente de dos de los edificios: nada. Después hubo otro
grito más, del mismo sector:
—¡Gordo puto, empleado de Clarín!
La gente empezó a moverse inquieta, en los asientos, y hubo un
murmullo general.
—¡Aguante 6, 7, 8!! –un grito más.
—¿Por qué no bajan a discutir acá? –se indignó uno de los asistentes.
—¿Por qué no bajan a discutir acá? –se indignó uno de los asistentes.
Entonces desde las sombras dejaron de escucharse gritos y
comenzó una pequeña lluvia de piedras.
Fue instintivo: yo podía suspender la charla por unos minutos o
seguir. Elegí seguir hablando.
Estábamos en el patio de la sede de la Universidad de Palermo,
frente a unas 400 personas, en un acto sobre la libertad de prensa. Me tocó
hace unos meses encabezar una encuesta nacional de Fopea sobre mil periodistas
en la que resulté elegido como el mayor referente de la profesión, seguido de
Nelson Castro, Nadie y Rodolfo Walsh. Víctor Hugo Morales, Horacio Verbitsky y
Magdalena Ruiz Guiñazú completaron los primeros puestos y fueron invitados al
debate. Nelson estaba en ese mismo momento al aire en su programa en vivo,
Verbitsky y Morales se negaron a concurrir. Y ahí estábamos: 400 personas
escuchando y tres, quizá dos, tirando piedras. Fue un hecho menor, pero quiero
contarles los detalles de lo que pasó antes y después, porque a veces los
hechos menores hablan más de la vida real que los grandes gestos.
Promediada la charla, alguien preguntó por la situación del
periodismo en Venezuela. Estuve hace unos meses en Caracas, invitado por el
Colegio Nacional de Periodistas, y pude ver de cerca el tema. Magdalena me
cedió el micrófono para responder: hablamos del “national and popular
philosopher” Laclau y su teoría sobre la inexistencia del periodismo (Laclau,
que interrumpió su estancia de treinta años en Londres para grabar unos
programas del canal Encuentro y recomienda para países subtropicales como la
Argentina la reelección indefinida, tal vez basándose en la Teoría de los
climas de Montesquieu).
—El fondo filosófico es el mismo –dije– pero en Venezuela se ha
pasado el límite de la agresión física. En el primer semestre de este año hubo
163 atentados denunciados contra periodistas; patotas –orgánicas y no– del
chavismo los esperan en la puerta de los diarios o los canales.
Pero esta no era la única escena de la noche del jueves: en
paralelo, y por el aire de Twitter, cientos de mensajes ya hablaban del
incidente con las piedras. Las consideraciones personales de los tweets son lo
de menos, de modo que voy a reproducir aquí sólo algunos y más que nada “los en
contra”. Para ser justos, aclaro que los mensajes de solidaridad y condena a
los piedrazos fueron los más; pero los que se alinearon apoyando a las sombras
no fueron pocos. Y esos son los que me interesan, porque es ahí donde anida el
huevo de la serpiente.
Twitteó con intuición y buen olfato el crítico de cine Gustavo
Noriega: “A ver si se dan cuenta: hay una conexión entre que el Estado financie
El Pacto y que un par de boludos les tiren piedras a Magdalena y a Lanata”. “Si
a Lanata y Magdalena los insultaron los vecinos de Palermo no quiero pensar
cuando pinchen una goma del auto en el Conurbano”, posteó cronopio83 Aldo
Raponi. A esa altura los tres de-subicados en un contrafrente de Palermo se
habían transformado en “los vecinos de”, una especie de Fuenteovejuna.
Con los mismos elementos pero actitud más profesional, el
periodista Nicolás Wiñazki twitteó: “Aguante 6, 7, 8 también gritaron los que
tiraron piedras a Lanata. Fueron como diez piedras. No hay lastimados”.
A esa altura la “noticia” llegó a los medios electrónicos: “En
6, 7, 8 intentaron justificar la agresión a Lanata por decir que su verborragia
incitó a la agresión. Flojito, no?”, twitteó “franciscoaure”. Un “victorhugo590”
registrado como Víctor Hugo Morales –que algunos afirman es un “fake Morales”,
aunque no se conoció públicamente desmentida alguna del relator deportivo–
dijo: “No me sorprende que arrojaran piedras sobre gente como Jorge Lanata o
Magdalena Ruiz Guiñazú. El pueblo se expresa como puede”.
Al poco tiempo yo ya estaba cerca de ser el verdadero culpable.
¿Qué hacía mi cabeza atrayendo piedras, eh?
“Testigos sospechan de que haya existido una verdadera agresión
al periodista Jorge Lanata. Estilo radio”, twitteó gerarfernandez. “Alumnos de
la Universidad de Palermo sospechan del origen de la agresión a Lanata”,
concluyó @pimboleto, Daniel Ventura.
Y hasta hubo lugar para el cinismo: mientras todos los medios
oficiales ignoraron por completo el incidente, Javier Romero (un asistente de
Sergio Szpolski que se dedica en Diario Registrado a calumniarnos día por medio
en Internet) quiso curarse en salud: “Quien le tira piedras a un periodista
ataca a la libertad”, copió en su mensaje de un sobrecito de azúcar. La diferencia
del peso específico entre un puñado de piedras y el habitual balde de bosta que
significa Diario Registrado son notables.
La noticia, con sus versiones y contraversiones, duró un día más
en la red.
Algunas consideraciones sobre la noche del jueves:
1)Un hecho aislado no puede, necesariamente, ser confundido con
una política: en todos lados hay locos sueltos. Pero una política sí puede
estimular que el hecho aislado se produzca: cuando la Presidenta identifica u
hostiga, con nombre y apellido a los periodistas que ella imagina como
“enemigos”, puede haber uno, o diez, o cien militantes freaks dispuestos a
quedar bien con la Jefa. Nadie recuerda, por ejemplo, condena alguna del
Gobieno cuando militantes de las Madres de Plaza de Mayo escupieron los retratos
de varios periodistas del país, acusándolos de complicidad con la dictadura.
2)“A veces pienso si no sería necesario nacionalizar los medios
de comunicación, que adquieran conciencia nacional y defiendan los intereses
del país. No seamos más tontos, no dejemos que nos envenenen y nos mientan”,
dijo Cristina en un acto en Mercedes. “Los medios son cómplices de la política
de entrega y subordinación”, agregó. “La libertad de expresión no puede
convertirse en libertad de extorsión”, dijo también.
¿No le tiraría una piedrita a Lanata para complacer a Cris y
defender al pueblo?
3)Al mensaje oficial “en on” se le suma la catarata de
propaganda producida en la “Konzentrationslager Gvirtz”; hay más de cincuenta
medios de comunicación paraoficiales, sin contar los blogs kirchneristas, los
programas de televisión y radio acólitos y la vergüenza nacional de “Fútbol
para Todos” (¿para cuándo Libros para Todos, o Agua para Todos o Comida o
Justicia para Todos?).
4)No he recibido –y, por favor, tampoco espero– comunicación
oficial alguna sobre el hecho. Sí de decenas de ONGs, público en general,
periodistas, un comunicado de Adepa y muchos otros. El abanico de los 50 a 70
¿u 80? medios de comunicación oficiales o privados (plata del pueblo que vuelve
a Szpolski, Gvirtz, etc.) silenció el asunto con cuidado. Recordé el viernes la
cara de mi tía Nélida diciéndome “El que calla otorga”.
5)Mientras se siga presentado al periodismo como “enemigo del
pueblo, se le echará más leña al fuego. Es una democracia que a veces, desgraciadamente,
parece una dictadura: la noche anterior a las piedras, 6, 7, 8 hizo otro
goebbeliano informe sobre unas columnas de Martín Caparrós en El País y un
comentario mío sobre Cristina en la Cadena Ser: lo titularon “Campaña
Antiargentina”, del mismo modo que la dictadura tituló a las denuncias de los
organismos de derechos humanos en el exterior sobre los desaparecidos. Martín
estaba indignado:
—Es cierto –me dijo. Yo estuve en la campaña antiargentina en el
Exterior. Fue en el ’77 o ’78. Yo fui uno de los exiliados que denunció a la
dictadura. Pero nunca me imaginé que treinta años después la democracia iba a
utilizar las mismas palabras.
Ni los dictadores, ni los presidentes, ni los gobiernos,
representan exclusivamente a la Argentina. Son parte de ella, conformada
también por los que piensan distinto al pensamiento oficial. Los afiches de
Cristina hablan de amor, pero en varias ocasiones la Presidenta y su entorno
ejercen el odio, o lo estimulan. Los acólitos –que para eso están– sobreactúan;
escriben panegíricos, manipulan frases ajenas, cualquier cosa para lograr la
distante sonrisa de la Jefa, un registro automotor, un plan, una caja regular
de alimentos no perecederos. Y hay también, cómo no reconocerlo, quienes dan
hasta la vida por sus pensamientos, como muchos dieron en su momento “la vida
por Perón”. No volvamos a tropezar con la misma piedra.
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