El
Indigente
CAPITULO 1
Episodio 1
Precisé de toda una vida para darle forma a mis sueños, construirlos y
vivir en ellos, pero bastaron unos pocos segundos para perderlo todo… Los
sagrados momentos de silencio no ayudaron a sanarme por dentro ¿Cómo se cura la
pérdida de todo sueño? ¿Cómo remontas el vuelo sin alas?... He reptado por esta
montaña más de cinco años, acompañado solamente por mis libros… ¡Cuánta soledad
y vacío! Me siento desamparado y expuesto a esta lluvia maldita que se cuela por
las maderas de mi choza. ¡Maldita, sí, maldita lluvia! que moja las hojas de
mis libros… y las destiñe como a mi propia vida… Todo cuanto me queda es la
memoria, simular leer sin letras… Las
heladas y la nieve me dejan sin comida. ¿Para qué quiero comer si ya no vivo?
Un propósito... tal vez un propósito me despierte de esta pesadilla
interminable. Un propósito... el mismo rencor que me paraliza debería ponerme
en pie… ¿Odiar?... mejor dicho, vengar... hasta podría llamarlo justicia, sí,
mi propósito… Alguna vez fui justo, respetado, sabio, bueno, experto y.… y hoy
espero que deje de llover para no mojarme, mi mayor esperanza es que no nieve mañana.
¡Estoy aturdido de escuchar mi propia voz! Si mañana sale el sol
bajaré, ¡eso haré!... Sí, bajaré de la montaña.
*****
En La Florida, el jefe Insp.
Porcel del Departamento de homicidios de la Policía Federal, no perdía su fe en
identificar y atrapar al asesino serial de adolescentes que su equipo había perseguido
por varios Estados durante más de cinco años. Un equipo de tres agentes
especiales en criminalística, fueron quienes estuvieron al frente de su
búsqueda recorriendo el país. El grupo, había realizado un completo perfil del
criminal, luego, junto con un retrato hablado facilitado por un joven
sobreviviente, se informó del caso a cada uno de los Estados.
Pese a lo actuado, habían perdido
todo rastro. El asesino tocaba varios Estados indistintos durante un año, luego
desaparecía por varios meses y regresaba a La Florida para cometer un nuevo
homicidio. Parecía increíble tener que esperar a que volviera a matar para
intentar acceder a nuevas pistas.
Pasaron demasiados años sin
encontrar al asesino, estaba claro que no habría dejado de matar (un asesino
serial no frena sus impulsos), pero para ellos era evidente que se había vuelto
más hábil, cauteloso o que podría estar preso por otro delito.
Debido al tiempo transcurrido sin
novedades, el caso se fue enfriando y se vieron obligados a dedicarse a otros nuevos
que se iban presentando. El jefe Porcel mantenía la caja con los expedientes
sobre su escritorio, cada semana revisaba el caso por su cuenta. Sentía que tenía
una deuda con todos esos jóvenes y también con Inspector Dr. Galo.
México D.F.
Marcial caminaba lentamente debido
al peso del tapado mojado sobre su delgado cuerpo. Recorría los contenedores de
basura que se hallaban fuera de los restaurantes y cafeterías, siempre
encontraba allí algo que comer. Bastaron sólo dos panes y un resto de
hamburguesa para que llenara su estómago y enmugreciera aún más su larga y
desprolija barba. Luego caminó hacia dónde estaba el tambor con fuego. En ese
lugar encontraba caras conocidas que, como él, tenían poco de que hablar y
bastante por qué beber. Le convidaron vino, el aceptó para calentarse por
dentro mientras el fuego lo calentaba por fuera.
—¿Sigues leyendo, Marcial? ¿Hoy
fuiste a la biblioteca o no te dejaron entrar otra vez?
—No fui, el hambre me nubla la
vista.
—Se avecina una helada, será
mejor que no subas a tu choza si no te quieres morir congelado.
—Es igual, hace frío en todas
partes.
—No sé cómo puedes vivir tan
alto, a mí me estallarían los pulmones.
—Es que subí de a poco y me
acostumbré a respirar lento. ¿Tienen los diarios de esta semana?
—Vas a tener que juntar las
páginas porque las usamos para taparnos.
Marcial juntó solamente las
páginas de noticias policiales, tal como hacía cada semana que lograba bajar.
—¿No es mejor buscar a los
muertos en las necrológicas? Ahí te lo resumen todo.
—No… si nosotros nos morimos no
salimos en las necrológicas, ni siquiera en las noticias.
—Entonces ¿Qué buscas?
—Busco “patrones”.
—¿Buscas empleo?
—No… no importa, ni sé que
busco.
—Todos estamos un poco locos,
no te aflijas.
Marcial recortó con la mano
trozos de noticias de los diarios que se los iba guardando en el bolsillo del
tapado. Había comenzado a nevar.
—Acaba de fastidiarse mi única
esperanza, se ve que el cielo tampoco escucha a los miserables. No podré
regresar a la montaña con este clima.
—Ya casi es hora de ir al
comedor, las señoras con la religiosa deben tener comida caliente. Es mejor si
vamos a ponernos en la fila.
Los cinco compañeros de tambor
caminaron las dos cuadras que los separaban del comedor. Entraron por comida,
pero también para cubrirse del frío; no les duraba mucho tiempo porque cuando
terminaban de darles de comer cerraban las puertas y ellos volvían a las calles.
Mientras estaba en la cola con el
plato en la mano para la comida, Marcial escuchó a la joven religiosa comentar
que faltaba otro de sus comensales.
—Ya le dije a la policía que cada
semana falta alguno, pero ellos contestan que, si la familia no denuncia la
desaparición, no tienen a nadie a quien buscar.
—Señorita monja, para ellos
nosotros somos “nadie” -le aseguró uno de los indigentes más viejos del grupo-
—¿Cuántos faltan? -preguntó
Marcial-
—Siete en lo que va del mes.
¿Cómo estás Marcial? Hace varios días que no bajas de tu montaña ¿verdad?
—Estoy bien, todo lo bien que
se puede estar… rebozo de bienestar dadas las circunstancias.
—Eres un hombre distinto al
resto, con un humor sarcástico para el que se necesita inteligencia y
educación.
—La educación no me valió de
nada. Necesitar… mi deseo es su plato de comida caliente, mi necesidad es un
techo y unos diarios para pasar la noche.
Un hombre de mediana edad estaba
parado en la cola con el plato de lata en sus manos. Al notarlo tan pálido y
tambaleante, la religiosa le preguntó si se tía bien, pero él no le contestó.
—¡Oye! ¿Has tomado alcohol? ¡Estás muy
pálido! —insistió la religiosa —
La cara del hombre pasó de pálida a
rojiza justo un momento antes de caer desplomado al piso.
Marcial dejó su plato y se agachó
al lado del hombre poniendo la cara sobre su pecho, le abrió el saco, estiró
hacia abajo el cuello del suéter y volvió a apoyar la cara sobre él.
—Hermana ¿tiene un bolígrafo?
¿alguien tiene vino o ginebra?
Uno de los viejos le dio su caja
de vino y la monja le entregó su bolígrafo. Vieron a Marcial poner los dedos de
su mano como si lo estuviera midiendo entre el cuello y el pecho. Quitó el
contenido el bolígrafo, lo mojó con vino, también derramó vino sobre el cuello
del hombre y le clavó despiadadamente el tubo del bolígrafo.
—¿¡Qué hizo!? —gritó angustiada
la religiosa—
Todos hicieron un expectante
silencio e inmediatamente notaron que el hombre abría los ojos y volvía a
respirar. Marcial le pidió a la religiosa que llamara a emergencias para que lo
viera un médico en el hospital. Ella marcó a emergencias sin dejar de mirarlo
con sentimientos encontrados de asombro, miedo y gratitud.
—Le salvó la vida —dijo uno de
los mendigos luego que terminara de sorber lo último que le quedaba en el plato—
—No lo salvé, le di tiempo para
que un médico lo atienda…
—¿Me regresas mi caja? —reclamó
el que le había dado el vino—
Pese a que todos habían terminado
de comer, la joven monja le entregó a Marcial el último plato que quedaba de
sopa caliente.
—Eres doctor —le dijo en voz baja
la monja como si le hubiera descubierto un secreto, mientras le entregaba el
plato en las manos—
—Ya no soy nada —le respondió
con absoluto convencimiento—
—Un día de estos, tú y yo hablaremos
seriamente.
—¿Quiere hablar? Si tiene
tiempo me gustaría que me dé los nombres de los comensales que le faltan ¿Qué
edad tenían?
—Le escribiré los nombres.
Todos eran adultos, pero no viejos, no les conozco apellidos, solamente los
nombres de algunos y los apodos de otros.
—Si tiene una hoja grande,
podría poner un cartel con los nombres en la pared para que los demás estemos
atentos… por si los vemos o sabemos algo de ellos.
—Lo dicho… es inteligente.
—Hermanita, usted piensa en cosas
que no tienen importancia. Si mi idea le sirve de algo, puede hacerlo usted
misma, yo no tengo ni papel donde escribir. Soy un “nadie” más.
Marcial salió del salón con el
papel que tenía los nombres de los indigentes faltantes y se lo metió al
bolsillo. Muchos de los que habían
estado en el comedor fueron a juntarse alrededor del tambor con fuego encendido.
Había techo, pero en el lugar corría aire muy frío porque solamente había una
pared bajo el puente.
La policía llegó en varias
camionetas, les pidieron que no se asustaran porque los buscaban para llevarlos
a algún lugar caliente donde pasarían la noche, se pronosticaba una gran helada
y pretendían ayudarlos.
No esperaron a que respondieran,
simplemente los acarrearon dentro de las camionetas para llevarlos. Algunos,
desconfiados o que tenían problemas con la ley, escaparon del lugar, otros,
como Marcial, fueron subidos a las camionetas sin permiso.
Repartieron a los indigentes que
fueron recogiendo por la ciudad en algunos albergues sociales o centros
comunitarios y a otros los llevaron a comisarías para que durmieran en las
celdas vacías. A Marcial, junto con tres conocidos más, les tocó una celda en
la delegación federal. Les quitaron los abrigos y toda la documentación que
llevaban encima para poder identificarlos y hacer una lista para conformar el
informe de esa noche.
Uno de los agentes se paró en el
quicio de la celda donde se encontraba Marcial.
—¿Qué son todos estos recortes sobre
asesinatos? Y ¿Esta lista de nombres?
—Los nombres tal vez le
interesen… —respondió con voz apenas audible— —son siete indigentes que
desaparecieron en este último mes, todos mayores de edad, aunque no ancianos.
La religiosa del comedor fue quien detectó las desapariciones, pero nadie le ha
prestado la debida atención.
—” Debida atención”, se cree
muy culto el roñoso. ¿Eso está relacionado con estos recortes de diarios?
—No, sargento, todos esos son
crímenes distintos, no están relacionados entre sí… ni tampoco con los
indigentes… sólo son recortes.
—¿Los colecciona o le gusta
enterarse como matan a la gente?
—Las dos cosas, sargento.
—Veamos que más tiene… Un raro
documento estadounidense. ¿No hizo el documento mexicano? ¿está de ilegal?
—Soy mexicano, nací en Tijuana. Padre
estadounidense y madre mexicana. Tengo las dos nacionalidades, pero ando por la
calle sin documentos, como la mayoría de nosotros.
—Usted es una caja de sorpresas ¿qué
es esta credencial? ¿Qué dice?
—Es muy vieja… Federal Buro
Investigación, es del FBI, dice: Departamento de Conducta Criminal, pero ya no
es un documento válido.
—Buscaré su nombre en el padrón de
ciudadanos mexicanos… ¿de Tijuana dijo?
—Pensé que nos habían traído para
dormir calientes, no para investigarnos y violar nuestros derechos.
—No lo investigo, solamente quiero
poner sus datos completos en el listado de recogidos. El resto fue pura
curiosidad.
Luego de un par de horas que el
sargento se fuera de la celda y mientras el grupo de indigentes dormía, un
hombre vestido de civil se acercó a Marcial tocándole el brazo para que se
despertara. Marcial se sentó en la litera con los ojos cerrados.
—Señor Marcial.
—Soy yo.
—¿Marcial Galo?
—Soy yo.
—Vi una credencial con su
nombre que dice que trabajó en el Departamento de Conducta Criminal de La
Florida.
—Sí, es vieja.
—¿Está sobrio?
—Si.
—¿Sería capaz de mirar un expediente?
—Puedo mirar, pero tengo sueño.
—Tenemos un sospechoso de más de un asesinato,
pero algunas cosas de su conducta no cuadran con los crímenes. No estamos
seguros de tener al adecuado y podría tratarse de un asesino serial.
—¿Él está acá? —preguntó con
sorpresivo interés—
—Sí, en una de las celdas en el área
de solitarios.
—O sea que usted quiere que evalúe el
expediente y al sospechoso como si yo fuera un profesional.
—Usted es un profesional, eso dice su
credencial.
—Le dije que es vieja.
—¿Podría intentarlo?
—¿Qué gano con hacerlo?
—¿Qué quiere ganar?
—Carne cocida y café caliente para
nosotros y un pase abierto para la biblioteca de la ciudad.
—¿Eso es todo? —preguntó asombrado—
—Es todo cuanto necesito.
—De acuerdo.
—Iré a ver el expediente. Luego de
comer le entregaré un perfil… pero antes de irme quiero presenciar el
interrogatorio.
—Es un trato. ¿Me acompaña?
Marcial caminó junto al oficial.
—¿Desea higienizarse antes de empezar?
—No.
—¿Por algo en especial?
—La mugre cubre del frío.
—Me presento, soy el Inspector Del
Corral. La caja está sobre aquel escritorio —dijo señalando un rincón de la
gran oficina general—
Eran las dos de la mañana, la mayoría
de las luces se hallaban apagadas, sólo se encontraban en el lugar un par de
agentes y el jefe inspector. Uno de ellos le acercó una taza de café caliente.
—Gracias —le dijo sin mirarlo mientras
abría la caja con los expedientes—
La situación era por demás extraña, un
asqueroso y maloliente pordiosero se hallaba revisando expedientes que no
estaban al alcance de la mayoría del personal de esa delegación federal.
A las seis de la mañana comenzaron a
llegar los agentes que iniciaban su horario laboral. Entraban conversando entre
ellos, pero hicieron un repentino e incómodo silencio al ver a Marcial sentado en
un escritorio, con un codo apoyado sosteniendo su cabeza y pasando páginas de
una carpeta con la mano. Parecía muy concentrado. Había fotos e informes todos
mezclados, desparramados por el escritorio y fotografías acomodadas en el piso formando
un círculo a su alrededor.
—¿Cómo va todo Marcial? —le preguntó
Del Corral—
—Necesitaría otro café, diría que es
hora de cumplir su promesa… incluida la credencial de la biblioteca.
—Enseguida hago que le traigan un café
y mando a alguien del personal a ocuparse de sus pedidos. ¿Debo entender que ya
tiene el perfil?
—Podría decirse que sí… hace muchos
años que no trabajo en esto, pero hice mi mejor esfuerzo.
Media hora más tarde llegó uno de los
agentes con los paquetes de comida y los vasos cerrados de café. Una de las
viandas quedó sobre el escritorio donde se encontraba Marcial. Él abrió el suyo
y comió el trozo de carne con la mano arrancando los trozos con los dientes
antes de masticarlo. Al terminar, se limpió las manos en el saco, sostuvo el
café en una mano, se puso de pie con un marcador negro en la otra y comenzó a
escribir en el pizarrón mientras hablaba.
—Sabemos
que ha cruzado fronteras nacionales, no tiene diferenciación racial respecto de
sus víctimas, tampoco tiene preferencia respecto a sus edades. No hay ataque sexual, les rompe ambas piernas
provocándoles graves fracturas expuestas… Esto nos lleva a concluir que su
excitación sexual pasa por la rotura de huesos, la forma compulsiva en que lo
realiza, según las pericias forenses, nos muestra a un psicópata avezado. La
necesidad de prolongar su disfrute, hace que cada vez las retenga por más
tiempo y rompa sus huesos lentamente y manteniéndolas vivas —les decía
señalándoles las fotos que tenía en el suelo—Día a día… se vuelve más sádico y
disfruta de ello… Hay que tener en cuenta que los asesinos seriales, mientras
no se los detenga, siempre avanzarán en los rituales de sus crímenes, los
perfeccionan. Al no ser descubierto, él se siente más seguro… Si ustedes ven la
actividad de cada una de las chicas, se darán cuenta que son todas de bajo
riesgo para él: chicas de la calle, prostitutas, drogadictas, mujeres que nadie
reclamaría, al menos por un largo tiempo…
—Podría
tratarse de cualquier loco —comentó uno de los policías—
—Diría
que se trata de un hombre, entre los 30 y 40 años, su vehículo no es menor al
de una camioneta con gran cabina, puede llegar a ser una combi o camión…
disculpen, pero no presté atención a las huellas del rodado, ¿alguien podría
verlo? Eso les ayudará a encontrar más fácil el vehículo. Necesita de lugares
aislados en cada sitio que asesina para retener a las víctimas todo ese tiempo
sin ser molestado y que nadie logre escucharlas… galpón, edificio abandonado o
en ruinas… apostaría por un galpón. Como su perfil geográfico es todo el país,
puede ser fletero o camionero. Es un hombre fuerte, rudo y la gente que lo
conoce debe detectar su mal humor… Debe detenerse en paradores donde haya
mujeres del bajo perfil que a él le interesa. Diría que hay que preguntar en
los paradores sobre desapariciones y hombres con ese perfil agresivo...
—¿Eso es
todo? —preguntó Del Corral—
—¡Hay
otro detalle más, tiene un patrón! Su recorrido es un gran círculo con
dirección como las agujas del reloj que sigue metódicamente. Las fotos están en
el piso ordenadas por fecha y localidad: Zocatecas, Durango, Torreson,
Saltillo, Victoria, Aguas y nuevamente Zocatecas. El último cuerpo fue hallado
en Saltillo, habría que iniciar la búsqueda en Victoria, si no se halla un
cuerpo, puede que esté parado frente a la próxima víctima.”
ꟷ¿Habría alguna forma de
determinar de dónde es oriundo o en qué localidad vive? —preguntó uno de los
oficiales—
Marcial recorrió una a una las
pilas con cada expediente y gateó por el piso mirando las fotos una a una.
ꟷBuena pregunta… Lo más probable es que viva en Durango, la cronología
de tiempo muestra que allí es donde pasa más tiempo entre víctima y víctima.
Sigan el esquema de tiempo… estos quince
días estará en Victoria, los siguientes quince días estará en Aguas los
siguientes quince en… y así sucesivamente hasta llegar a Durango en donde pasa
como mínimo un mes. Este esquema de movimiento les permitiría andar un paso
delante de él.
—Creo que podemos organizarnos para esta tarea, puede que esté en lo
cierto y corramos con ventaja.
ꟷInspector
Del Corral, este asesino es posible que no sea oriundo de aquí o que viaje
alguna vez al año fuera del país, no estoy seguro de esto… deberé indagar en mi
memoria, aunque tengo una etapa medio borrosa… ¿realmente este hombre inició
hace tres años? ¿han revisado casos esporádicos anteriores a estos que tengan
alguna similitud? ¿lo averiguaría por mí? Le dejo la inquietud, yo procuraré
recordar qué es lo que me inquieta de este caso.
Los agentes continuaron tomando
nota, aún luego que él se hubo quedado en silencio, varios copiaban detalles
del pizarrón y otros de ellos recorrían las fotos y papeles que antes pensaron
que simplemente estaban tirados en el piso. Eso sí, nadie se atrevió a
estrechar su mano ni darle una “palmadita” de agradecimiento en la espalda, solamente
Del Corral le agradeció por su trabajo.
—¿Quiere comer algo con otro
café, leche o té antes de ir al interrogatorio?
—Sí, sí, todo eso para mí y mis
compañeros de celda.
—¿El señor es un preso? —preguntó
uno de los agentes—
—No, el señor Marcial es uno de
los indigentes que anoche puso la policía a resguardo del frío —respondió Del
Corral—
Luego del café con roscas y
galletas, el interrogador experto, Del Corral y Marcial entraron a la sala de
interrogatorios, Marcial se quedó parado contra una pared como observador. El
interrogador tuvo dificultades para hacer hablar al hombre. El tema era que lo
habían encontrado con el martillo en la mano junto al cuerpo de una mujer que
tenía las piernas rotas, pero el hombre parecía no saber que decir.
—¿Podrían soltarle un momento
las esposas? —sugirió Marcial—
Marcial tomó del escritorio una
hoja de papel, la hizo un bollo y se lo tiró al sospechoso, el hombre la atajó
en el aire.
—Me voy —dijo Marcial— él no es
sospechoso ni del cuerpo con el que se encontraba ni de los otros crímenes.
Mejor no perder tiempo —concluyó antes de salir de la sala—
Del Corral fue tras él —¿Qué
fue eso?
—Su sospechoso de ahí dentro es
diestro, ustedes buscan a un zurdo. Supongo que tampoco lo puse en el informe,
así como el tema de las ruedas… he perdido práctica en esto.
—Gracias Marcial, supongo que
ya te quieres ir.
—Nos iremos, creo que hoy ha
sido de fiesta para nosotros, hacía mucho tiempo que no comíamos tan bien.
Espero que atrapen a su asesino.
—Tome, le entrego su tapado con
los recortes y demás pertenencias, pero me quedaré con su listado de
desaparecidos y haré que hablen con la religiosa del comedor.
—Si le interesa saber, esta
semana desaparecerá otro de nosotros. El patrón es de dos por semana, si no me
equivoco en el análisis que hago, falta uno por desaparecer en estos días.
—¿Usted qué cree?
—Asesino serial, robo de
órganos, violencia por discriminación… nadie los busca, tampoco los encuentran muertos
ni por casualidad… hay una mecánica de desaparición. Voy a seguirla.
—Lo ayudaremos, luego que
hablemos con la religiosa, abriré un expediente con los nombres.
—Eso sería bueno, gracias.
El grupo de indigentes salió del
edificio llamando la atención de todos. Se alejaron de la multitud; a los
compañeros de Marcial les dolía más el desprecio de la gente que el hambre.
Marcial fue a la biblioteca, esa
vez mostró su credencial y lo dejaron pasar. Estaba dispuesto a revisar en
internet todos los diarios del D.F. y La Florida buscando las noticias de los
últimos quince días. Tomaría notas para cruzar los datos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario