El modelo se ha reducido al encierro. La clausura de hecho de la Aduana para las importaciones y la virtual prohibición de acceder al dólar son típicas medidas de efecto inmediato. Efecto sólo aparente; el programa, para llamarlo de algún modo, está empeorando la desaceleración de la economía. Tendrá también consecuencias políticas. La situación actual de la economía es muy distinta de la que predominaba en el momento de la arrolladora victoria de Cristina Kirchner. En octubre del año pasado, la economía y el consumo crecían al ritmo interanual del 10 por ciento. Ahora, la unanimidad de los economistas privados asegura que el crecimiento de la economía es nulo en los primeros meses del año. La caída se parece más a un derrumbe que una retracción.
Cristina Kirchner ha iniciado rápidamente, así, el trámite de divorcio con todos los segmentos de la clase media. Sin embargo, son los sectores de bajos recursos los más preocupados ahora por el empleo y la inflación. Empleo, inflación e inseguridad son los temas que movilizan, aunque con intensidad distinta, a casi todos los sectores sociales. El Gobierno reacciona como un animal herido. Lastima sin necesidad.
Las encuestas le advierten ya a la Presidenta que la economía será siempre el motivo de su gloria o de su ruina. Según tres encuestas serias, la caída de la popularidad de Cristina Kirchner se frenó en el mes de abril, después de tres meses de peligrosas pérdidas en esas mediciones. La novedad no es buena, aunque parezca lo contrario. El mes de abril abarcó la estatización de YPF, la mayor empresa del país que tiene, además, una vieja carga emocional en el espíritu de los argentinos.
El freno de abril, que no incluyó ningún aumento significativo en las simpatías hacia la Presidenta, augura, según los expertos en opinión pública, nuevas caídas en los próximos meses. Ya perdió 20 puntos de popularidad desde enero. La explicación está en la economía. Los argentinos parecen privilegiar más el costo de las cosas, la capacidad de consumo o los controles para acceder al dólar que el relato de supuestos patriotismos.
Los controles necesitan de más controles, por lo menos hasta que los funcionarios se resignan a la realidad. Sucedió con el control de precios, cuando apareció Guillermo Moreno con desopilantes amenazas a los empresarios. Varios años después, la inflación no cedió ni cede. Son las soluciones de Moreno, que incluyen más agravios y humillaciones que remedios técnicos.
La saga sigue ahora. La vida cotidiana de los argentinos está sometida a una madeja de burocráticos controles, que ya afecta seriamente el derecho a la libertad. Tienen que dar explicaciones para ahorrar en dólares, para viajar o para vender una propiedad con una moneda confiable. La compraventa de viviendas se desplomó por eso. Digan lo que digan, la moneda de ahorro de los argentinos es el dólar, y lo es desde hace muchas décadas. La Presidenta los criticó, aunque ella también ahorra en dólares. ¿Cometen un error? La capacidad de equivocarse de los gobernantes argentinos ha sido demasiado grande en la historia. Enormes devaluaciones, hiperinflaciones, confiscaciones de depósitos o pesificaciones sólo han terminado dándoles la razón a los que se resguardaron en el dólar.
Una teoría económica bastante extendida señala que la economía no sólo necesita de buenas políticas, sino también de instituciones fuertes y confiables. La mejor política económica resultaría poco creíble en un país débil institucionalmente. El caso argentino es la suma de los defectos: ni la política económica es buena ni existen instituciones fuertes y confiables. De hecho, ha desaparecido la única autoridad que puede resolver sobre la política cambiaria, que es el Banco Central. La agencia impositiva, la AFIP, se ha convertido en una celadora arbitraria y caprichosa, que sólo dice que no. Más aún: fue la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, la que le pidió a la AFIP mayores restricciones para el acceso al dólar. Argumentó que los dólares seguían yéndose de las reservas del Banco Central. El problema empeoró: ahora se van, a un ritmo diario de entre el 2 y el 3 por ciento, los depósitos en dólares.
Esas restricciones para acceder al dólar, que son ya casi una prohibición total, les suceden a los argentinos comunes. Los empresarios, aun cuando necesitan dólares para cancelar compromisos previos, deben hacer otro recorrido después de pasar por la AFIP y el Banco Central. Al final del camino está un funcionario de la oficina de Moreno, que determina si la compra de dólares se puede hacer o no. Ese funcionario termina diciendo que no o, lo que es más inexplicable, les exige que vendan la misma cantidad de dólares que compran. Kafka sería aquí un escritor costumbrista, como dijo un reconocido juez.
El problema de fondo es que no existe una sola resolución que regule la compra y venta de dólares. Nada. Sigue vigente la resolución que autoriza a cualquier argentino a comprar dos millones de dólares mensuales. Eso es lo que dice el Banco Central, pero la AFIP dice otra cosa todos los días, y todos los días dice una cosa distinta.
La Argentina tiene un problema con la valuación del dólar. Ese es el núcleo del conflicto. Brasil, el principal socio comercial de la Argentina, devaluó un 32 por ciento desde julio pasado. El valor del dólar oficial en la Argentina se depreció mucho menos, a pesar de que aquí hay una inflación mucho mayor. A Menem le sucedió lo mismo en enero de 1999. Ni Menem entonces ni Cristina Kirchner ahora quisieron aceptar esa realidad. La solución del menemismo fue seguir acumulando deuda pública, que luego el país pagó con un histórico sufrimiento social, y la de Cristina es cerrar la Aduana, que está llevando al país a un vasto aislamiento internacional.
Brasil tomó represalias en los últimos días contra el proteccionismo argentino y la Unión Europea denunció formalmente a la Argentina ante la Organización Mundial del Comercio por el cierre de las importaciones. La Unión Europea es, como bloque, el segundo destino de las exportaciones argentinas. El mundo que se le cayó a la Presidenta, según su definición, es más bien un mundo que ella se está tirando encima.
La economía argentina está sufriendo ya mucho más que el resto de las economías emergentes. En el último mes cayeron un 45 por ciento las importaciones de bienes de capital, indispensables para el progreso de la industria argentina. La producción de cemento cayó un 17 por ciento. Esta es una señal clara de que una recesión incipiente está llegando a la construcción y a la obra pública.
El Gobierno quiere, dice en reserva, forzar la pesificación de la economía y promover una inmediata industrialización del país. Ninguna de las dos cosas se hace en 24 horas. Pesificar la economía con una inflación del 25 por ciento anual es una causa perdida. Industrializar un país en pocas horas es imposible. La industria nacional que ya existe necesita, en el 90 por ciento de los casos, de insumos importados. Son las cosas que están paradas en la Aduana. Por eso los bienes escasean y por eso, también, los precios aumentan.
¿Solución? Ninguna a la vista, salvo nuevos y mayores controles. No sólo han fracasado la política económica y la instrumentación inconstitucional de muchas medidas, sino también la manera de conducirla. Hay un ministro de Economía, Hernán Lorenzino, del que sólo se conoce su inexistencia. Hay un viceministro de Economía, Axel Kicillof, que es en realidad un superministro. Pero hay también un secretario de Estado, Moreno, que es más superministro que el superministro que es sólo viceministro. El Gobierno tiene una crisis encima, pero para enfrentarla puso un trabalenguas en lugar de un equipo económico.
fuente: La Nación
De más está decir que toda medida artificial, como las que toma el Gomierdo de la K K, está destinada al fracaso, porque la economía está basada, simplemente, en las matemáticas y no en la ideología más o menos idiota de algún partido político de origen extremista y subversivo. La subversión de la Democracia de la economía doméstica en Argentina nace desde el peronismo y se prolonga en la historia con los Neos, es decir, con el neoliberalismo y el neosocialismo. El liberalismo con regulación estatal y la intervención estatal directa siempre termina en fracaso por no respetar las reglas matemáticas. Nos espera, como en esa película, un destino "Triste, Solitario y Final"
ResponderEliminarSalud y buena sangre,
E.D.V.